Con esperanza asistimos a una época donde el debate acerca del futuro de la educación está muy presente. La pregunta latente es: ¿Cómo transformarla y alcanzar las expectativas de aprendizajes necesarios en nuestro contexto? El consenso académico señala que el director puede desarrollar un tipo de liderazgo necesario para llevar a cabo este camino de transformación.
Hay algunos estudios que arrojan indicadores claros. La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) publicó un reporte que se llama Diez pasos hacia la equidad: cinco de ellos tienen un vínculo directo con los equipos directivos.
Las noticias más importantes del día, todas las mañanas.
Luego del factor docente, el director es el que más incide sobre los aprendizajes. Tomando esa evidencia, en Argentina se está comenzando a empoderar a los directores de escuela con propuestas de formación continua, reconociéndolos y aprovechando su saber acumulado.
El director tiene la oportunidad de gestionar el cambio y crear un ambiente oportuno para forjar un proyecto compartido. El modo en que se ejerce la dirección influye en todo lo que sucede en la institución, teniendo altas expectativas de los estudiantes, involucrando a su comunidad, haciendo crecer a los equipos docentes y logrando un proyecto conjunto.
Cuando recorremos las escuelas encontramos muchos directores haciendo grandes esfuerzos. No obstante, para que puedan ocuparse del aspecto pedagógico deben tener una visión muy clara para que la burocratización de su rol no los aparte de su función primordial. Otro dato significativo es que en las escuelas vulnerables el “factor director” es aún más imprescindible que en otros contextos. Es decir, la inclusión educativa depende en buena parte de él.
En nuestro país, los directores suelen llegar al cargo luego de haber estado muchos años en el aula. Y en este punto, frente a esa nueva necesidad de desarrollo, la capacitación juega un rol clave. Ser director no es una investidura, un traje que alguien se coloque una mañana. Pueden poseer experiencia y pasión por liderar pero necesitan continuar desarrollando sus capacidades.
Repensar el rol directivo implica abandonar la idea de liderazgo unipersonal. El director debe ser un orquestador, un inspirador, un transformador que genera un clima. Ser director hoy significa pensar en la dimensión del servicio y empoderamiento de los demás y allí, en la relación con su cuerpo docente, se juega su principal fortaleza.
Hasta hace pocos meses, quien asumía ese cargo tenía que suponer qué se esperaba de él o de ella, y gran parte de su trabajo quedaba supeditado a su ingenio personal. Finalmente, en abril pasado, en el Consejo Federal de Educación se aprobó una resolución que tiene implicancias sobre la vida de casi todas las instituciones educativas de los argentinos: un acuerdo de todas las provincias, de todos los ministros de Educación para ofrecer una hoja de ruta a los directores.
Gracias a una iniciativa del INFoD (Instituto Nacional de Formación Docente) del Ministerio de Educación de la Nación, se aprobó la resolución 338/18 que plasma los “lineamientos federales para el desarrollo profesional en gestión educativa para equipos directivos y supervisores”.
Ahora tenemos un marco claro y sabemos que nuestros directores sí pueden hacer una diferencia en los aprendizajes. En este escenario no debemos conformarnos con un horizonte de resultados de aquí a veinte años: el buen director tiene efectos en el corto plazo. Abandonemos el mito de que hace falta una generación para lograr un cambio educativo. El buen liderazgo se valida en la medida que logra un impacto en el aula y algunas provincias argentinas están dando muestras de que eso es posible.